Este curso he tenido a 150 alumnos, ni uno más, ni uno menos. Empecé con 168, pero algunos se han ido quedando por el camino por traslados, cambios o directamente se han quitado de estudiar. Aún así, son muchos alumnos para poder sacar ciertas conclusiones. De esos 150, 18 correspondían a un PCPI, un curso ideado para "recuperar" a aquellos que por diferentes motivos no obtuvieron el título de Graduado en Secundaria. Sólo he contabilizado a 13 porque el resto dejó de venir a lo largo del curso. Unos prefirieron levantarse a la 5 de la mañana para trabajar en la panadería familiar. Otros viven de algún ente desconocido que les permite sobrevivir sin dar un palo al agua. De esos 13, 11 han aprobado todo y han sacado si título, una efectividad por tanto del 92%. Los dos que no han sacado título prácticamente no han aparecido por clase en los últimos cuatro meses, por lo que si sólo contamos quienes han tenido interés, el aprobado es total. Buena estadística.
En 4º de la ESO he tenido 27 alumnos, de los cuales han aprobado 17 (62%), pero es un dato engañoso. De los 10 suspensos, 6 no han hecho absolutamente nada durante el curso, ni han entregado actividades, ni han estudiado absolutamente nada para los exámenes, entregándolos generalmente en blanco, ni han tenido la más mínima actitud positiva hacia el estudio. Son, pues, 4 los suspensos reales.
Y llegamos a 2º de la ESO donde los datos son para echarse a llorar. Son 110 alumnos. Han aprobado 49 (44%). Sin embargo, de nuevo las estadísticas son engañosas. De los 61 alumnos suspensos, 47 han tenido un elevado porcentaje de faltas injustificadas (recuerdo que son alumnos entre 13 y 16 años, sus padres son los responsables), han entregado casi todos los exámenes en blanco, no han hecho prácticamente ni una sola actividad durante el curso, se han vanagloriado de su vagancia extrema y han llegado a afirmar que ellos están para vivir de los padres. Es decir, son vagos absolutos.
Si hacemos caso de las estadísticas puras y duras, el fracaso escolar es abrumador. No aprueban ni la mitad de los alumnos totales, algo más en los cursos superiores, mucho menos en los inferiores. Si no hacemos caso de las estadísticas, los datos nos ofrecen otro perfil. Alumnos evaluables (es decir, los que realmente se han presentado a los exámenes, han intentado aprobar y se han esforzado lo mínimo por aprender): 95. Alumnos aprobados: 77. Alumnos suspendidos: 18. Porcentaje Aprobados / Suspensos: 81% / 18%. Mucho mejor, ¿a que sí?
No se trata, pues, de un fracaso de la Ley Educativa, ni del Sistema Educativo, ni de profesores poco formados, ni de falta de pizarras digitales, libros gratis, carga lectiva, y ese largo etc de cosas que pretenden hacernos ver que, en su carencia, provocan el fracaso escolar. Sencillamente porque no hay tal fracaso… escolar. Lo que hay es un enorme fracaso social. Cuando tienes más de la mitad de los alumnos que no hacen absolutamente nada en la vida, y cuyos padres los agasajan con móviles de última generación (hubo un caso concreto de un alumno que, en cuanto le regalaron un smartphone, cayó en picado en sus notas, se pasa el día conectado a internet), les costean fiestas en casas ajenas sin supervisión alguna donde acaba por llegar hasta la ambulancia para llevarse a alguno por coma etílico, alumnos cuyos padres parecen olvidarse de que no sólo son menores, sino que son muy menores (recuerdo, 2º de la ESO, antiguamente 8º de EGB, una media de 12 a 14 años de edad), cuando tienes en tu sociedad niños, porque lo son, que están únicamente para la fiesta, la diversión, en unos niveles generalmente pensados para adultos, entonces el fracaso es social.
Es un fracaso social porque los hemos entregado (todos componemos esa cosa llamada "sistema") a perversiones que en un adulto podrían controlarse. Lo hemos hecho porque muchos padres, al convertirse en tales, dejaron de tener ciertas prácticas de consumo que ahora se fomentan entre sus hijos. Una progenie entregada al alcohol, las drogas (fumar porros es droga, se ponga usted como se ponga), el sexo visto de una forma despersonalizada y sin valor, el hedonismo barato y vulgar, y sobre todo la vagancia extrema. Como si viviéramos en la abundancia infinita. Una sociedad asentada en el decadentismo cuyos hijos nadan en la ignorancia. Ése es el fracaso. Nuestro fracaso.