En un país donde la ley hipotecaria está hecha a medida de los intereses de las entidades financieras y en contra del pueblo, tratar el tema los embargos en EL ESTAFADOR era una obligación por nuestra parte. Una sangrante realidad que día a día deja a familias completas sin hogar donde solo pierden los más débiles. Es una vergüenza y una barbarie feudal que se estudiará en los libros de historia, si no los escriben los de siempre y no queden impunes los ladrones de guante blanco, esos políticos que hacen política para lucrarse y lucrar a sus familiares y conocidos. Medievo, derecho de pernada: estamos ahí. Y como no todo va a ser que nos quiten cosas, nosotros ponemos, en este número a Bárbara Alca que empieza con lápiz afilado a colaborar con EL ESTAFADOR. A por ello!
Javirroyo
Ventana externa
Metáforas embargadas
Lo único que sentí fue un cosquilleo en los dedos. Un cosquilleo rebelde que se negaba a obedecer la orden de mi cerebro. Se trataba tan solo de culminar el texto con una metáfora ganadora. El as en la manga que hace saltar la banca. Y no la pude teclear. Tras varios intentos fallidos, decidí probar con un cuaderno y un boli. Nada. Intenté, incluso, dictársela a una vieja grabadora. Más nada.
Sin saber qué más hacer, telefoneé al Sindicato de Escritores. Tras dar las mismas explicaciones a varias personas conseguí llegar al responsable de una sección con el rimbombante nombre de Justicias Poéticas y Castigos Literarios. Me pidió la filiación y unos minutos para consultar mi caso. Esperé.
Al fin, mi interlocutor tomó la palabra para comunicarme que las metáforas me habían sido embargadas por repetidos usos indebidos, así lo llamó. Protesté enérgicamente. No podían hacerme algo así, preferiría que me cortaran las manos. No había derecho. Mi interlocutor empezó a recitar algunas de las metáforas que me habían llevado a esta situación. Joder, lo de perlas por dientes fue hace siglos y lo de la fresa tampoco era para tanto. Putos sindicalistas rencorosos.
Colgué el teléfono. Metáforas embargadas. ¿Qué iba a ser de mí? Ni muerto pensaba recurrir a un símil. Y la literatura explícita es tan, ah, insufrible. Aquello era el fin.
Lógica bancaria
—Lo siento mucho, señor Ce.
—Dudo que usted pueda sentir nada —el señor Ce siente que babea espuma por cada palabra que sale de su boca.
—Claro que lo siento… pero no puedo hacer otra cosa: ¡las normas son las normas!
El señor Ce mira al señor Be, observa cómo mueve la boca mientras escupe una retahíla de normas; que saltan, como gotas de saliva, mientras habla. El señor Ce no entiende nada, pero la última frase del señor Be es clara: afirma que no se puede hacer nada más.
—Sin embargo yo podría hacer muchas cosas —le espeta el señor Ce. Suena tan amenazante como un cachorro ladrándole a una ambulancia. El señor Be lo observa con una sonrisa ladeada, deja entrever unos dientes enormes, no pronuncia sonido alguno durante treinta segundos. Luego dice con mucha lentitud, como si estuviese ya cansado de escupir y escupir palabras:
—Sin embargo, sí, usted podría hacer muchas cosas.
—Es un hecho, entonces —casi pregunta el señor Ce. Fatigado, el perro se echa al suelo, vencido. Ya no aúlla, ni ladra, ni gime.
—Sí, su embargo es irrevocable.
El señor Ce arrastra sus pasos hasta la puerta, el señor Be lo despide:
—Sin embargo, el suyo, no podría yo hacer tantas cosas.